Fabián Pacheco es un joven chihuahuense que se vio involucrado en un concierto que le abrió las puertas a firmar tratos con la Banda MS, La Adictiva, Lenin Ramírez, Fuerza Regida y Banda Renovación con su autoría de algunas canciones como “En peligro de extinción”, “Hombre Libre”, “Durmiendo en el lugar equivocado”, entre otras. La historia de Fabián y su acercamiento real con la música se puede explicar por un ritual inconsciente lleno de poder.
Hay algo interesante en ser un sujeto amarrado al cuello de un hombre, pero a este le otorgo cierta felicidad cuando me toma entre sus manos, sonríe ebrio y les dice a sus amigos que algún día se hará amigo de Espinoza Paz, unos asienten y otros le regalan una pequeña sonrisa torcida, mientras le dicen “ojalá así sea, viejón”.
Nunca perdió la esperanza el tiempo que estuve con él. Lo veía tomar su guitarra, poner cara de enojado, aunque era más bien su rostro de concentración. A veces iba a sus clases y se sentaba con mi lema clavado al reverso de su pecho: “si pasa por tu mente, pasa por tu vida” mientras de cara a todos se muestra el dibujo de la silueta de una guitarra. Quizá era mi cercanía a esa armadura palpitante, que, en definitiva, le propicia los procesos biológicos para que viva. Ese origen tan vital y del que estuve tan cerca, sólo separados por ese trozo de carne o como suelen decirle, el tórax.
Él era así, se sentaba a escribir poemas. Un enamorado del enamoramiento, de las letras y de su guitarra. El inconveniente venía cuando un sentimiento de vergüenza lo encorvaba y a mí no sólo me alejaba aún más ese origen vital, sino que me quitaba poder. Yo sólo podía funcionar si Fabián estaba con la espalda recta y eso sólo pasaba cuando se aventuraba a ser valiente.
Yo notaba que podía cargar mi energía y darle sentido real a mis palabras sobre mi cuerpo metálico cuando él tenía una botella de cristal en su mano. Lo pone feliz, tan feliz que puede sonreír, coquetear, bailar, pero, sobre todo, puede tomar su guitarra y cantar esos poemas a los que les otorgaba melodía.
La primera vez que eso pasó, recuerdo que yo sentía su piel contra mi cuerpo metálico, tan ardiente como sólo se puede experimentar cuando ese elixir pasa por su tórax. Esa era la magia: todo sucedía entre su pecho: el elixir que ablandaba ese trozo de carne y hueso, yo contra su pecho y escuchando sus latidos, él no lo sabía, pero desde ahí ya florecía la música: de sus latidos y cuando alguien podía oírlo, ese alguien era yo porque ¿si hay música, pero no hay nadie que la escuche realmente está sonando?
Así transcurrió ese día, él cantaba ebrio y yo podía entender como todo se alineaba. Sus familiares lucían sorprendidos, y yo adquiría un sentido. Después de un tiempo, estábamos en un concierto de su ídolo, él decía que lo admiraba porque había empezado desde abajo, así, en un ranchito como Aldama. Ese día yo estaba perfectamente alineado a su pecho, las letras se pegaban a su piel y escuchaba la música de su cuerpo. Él estaba muy atrás de esa extensión de personas, imagínense cuántas personas no tendrían una historia casi similar, pero no tenían el elixir.
A mero atrás, un amigo le había invitado del elixir. Tomó mucho elixir y de repente, estábamos sobre el escenario y ebrio le dijo que si podía tocar una canción de su autoría. Paz estaba sorprendido y lo dejó. Recuerdo que Fabián me tomó entre sus manos y me mostró ante aquellos ojos negros. Algo pasó ahí que Fabián se liberó de algo… “no tener vergüenza, hacerlo, tocar puertas”, él ya no necesitaba el elixir, el ritual había hecho efecto y ya no tendría remedio. Fabián caminaría encorvado todo el tiempo.