El columpio del diablo
Hace muchísimos años, el valle de la Junta de los Ríos era próspero y fértil. Las lluvias que caían en el otoño en la primavera, anegaban las labores y fertilizaban las tierras, como lo hace el Río Nilo en el bajo Egipto.
Los deshielos de las altas montañas del norte y del oeste, agregaban un importante causal a los ríos Conchos y Bravo. Había buenas cosechas de maíz, trigo y algodón. El ganado estaba gordo porque había suficiente zacate y hierba de la que se alimentaban. Las cabras, los burros y los caballos pastaban alegres en los campos de los alrededores. Todos los habitantes de esta región vivían pobres tal vez, pero felices porque nada les faltaba.
Sin embargo, sin que lo pudieran avecinar, llegaron toda clase de desastres. Las cosechas se secaron, los gusanos atacaron las cosechas de algodón, el ganado se moría por enfermedades y los niños nacían con defectos, algunos ciegos y otros con dedos de más, con la carencia de alguna extremidad o con el labio leporino.
La gente acudía a la iglesia en busca de un milagro. Rezaban y prometían mil cosas y nada daba resultado. Frecuentemente, se preguntaban qué pecado habían cometido para que Dios los tratara de esa manera.
Viendo el Padre lo afligida que estaba su gente, decidió enfrentar el problema a su manera. Organizó una procesión y salió a recorrer al santo patrono en una «anda». Un día de estos, cuando el calor era insoportable en que se encontraba por el lado de la Zanja, vieron un gran columpio que se extendía desde la sierra del Chanate hasta la sierrita que se localizaba a lado sur de la Junta de los Ríos y, sobre ese columpio, haciendo muevas sobrenaturales bailaba el Diablo, riéndose malignamente de los prejuicios que habían dejado.
Entonces, cayó en cuenta de que el fiero aliento del Diablo había transformado las verdes colinas y las labores de cultivo en lugares áridos y calientes. Donde antes crecía el trigo y el maíz, ahora proliferaba la mala hierba que ni las cabras se las comían; y el ganado se estaba muriendo y el que quedaba, flaquísimo; donde había pasto en las colinas, crecían los cactus y los tasajillos. La desesperación era terrible. Sólo un milagro podría salvarlos de morir también o tendrían que migrar a otros lugares más benignos… pero aquí tenían a sus muertos y no se resignaban a dejarlos solos en este páramo infecundo.
Este sacerdote, llamado Francisco Gómez, detuvo su peregrinar y observó lo que hacía el demonio y cómo se paseaba de una a otra sierra, sembrando destrucción por donde pasaba. Pidió a sus seguidores que regresaran al pueblo y que le construyeran una gran cruz de madera resaltándoles los poderes que tenía frente al mal.
Al siguiente día, armado con su cruz de madera, el sacerdote salió en busca del Maligno. Por el lado de Tres Casas vio como se columpiaba el demonio. Le puso la cruz enfrente, y éste, horrorizado, corrió a esconderse. Gómez lo siguió y poco a poco, lo fue acercando a la sierra más grande que estaba por el lado sur de la Junta de los Ríos. En ese lugar encontró una cueva donde el Diablo se ocultó huyendo del sacerdote y su cruz. Hasta la cueva llegó el sacerdote y colocó la cruz de madera para que el Diablo no pudiera salir de ahí.
Seguro de que en ese lugar ya no volvería a salir, el sacerdote regresó a la villa con sus feligreses y les ordenó que construyeran una capillita en la salida de la cueva y como era 3 de mayo, que en cada aniversario de esta victoria del bien sobre el mal, les pidió que hicieran una procesión hasta ese lugar donde los asistentes serían bendecidos y sus campos protegidos para que no faltara el agua y hubiera buenas cosechas. Desde esa fecha, los habitantes de la Junta de los Ríos volvieron a vivir como estaban acostumbrados.
Por ello, cada 3 de mayo, se hace una procesión a la Sierrita, a la que a partir de ese entonces se le llamó Sierrita de la Santa Cruz y a la caverna donde quedó prisionero el demonio se le conoce como La Cueva del Diablo.
Esta leyenda es muy probable que haya surgido cuando llegaron los españoles a la región de la Junta de los Ríos, entre 1600 y 1700 como una forma de hacerles llegar las ideas sobre las cosas buenas representadas por Dios y las cosas malas simbolizadas en el Diablo.
En el año de 1949 los aborígenes y habitantes de Ojinaga le contaron esta leyenda investigados por Chales Kelley del cual se tomaron estos datos.
La Bola de Fierro
Cuenta la leyenda que antes de que el Diablo fuera aprisionado en su cueva, por allá en la Sierrita de la Santa Cruz, este maléfico acostumbraba a pasearse en una cuerda como los equilibristas de circo. Le gustaba mucho hacer travesuras, sobre todo en los meses de julio y agosto (por eso en esos meses hace tanto calor).
La gente, ya cansadas de verlo se burlaba de los moradores de este pueblo, que con un pedazo de cartón mal cortado, usándolo a manera de abanico se la pasaba abanicándolo hacia arriba y hacia abajo, codeados de la prole, debajo de las lilas y los mezquites, tratando de soportar el calor que despedía el Chamuco, que se paseaba de la Sierrita de la Santa Cruz al Cerro Alto llevando una Bola de Fierro en sus manos.
Un día perdió el equilibrio y se le cayó la bola en la orilla del solar de doña Amparito, casi enfrente donde vivía Don Fidel Martínez, por la calle entre Melchor Ocampo y la Zaragoza.
Corría el rumor de que nadie había de levantarla, que era imposible hacerlo. Gente del lugar, entre ellos Manuel Arroyo, armados de valor, decidieron levantarla con un camión de volteo. Realizada su hazaña y al descubrir que se trataba de un pistilo metálico, la colocaron nuevamente en su lugar y pocos se enteraron del incidente, pero ellos se desengañaron de su peso y fragilidad.
La leyenda continuaba y Víctor Sotelo, cuando era delegado de tránsito, convocó a la ciudadanía al lugar para descubrir nuevamente. Durante varios días, la Bola de Fierro, permaneció exhibiéndose en una grúa, y antes de enterrar nuevamente le colocaron una cápsula del tiempo con los datos más relevantes para cuando se levante otra vez. Desde entonces ya casi nadie la visita, porque se perdió el encanto y el misterio.
En 1996 la mantuvieron suspendida durante varios días en una grúa.
Sin embargo, la Bola de Fuego continúa en una esquina de la biblioteca municipal y ahora se sabe que este artefacto debió ser una pieza móvil de un mortero para fabricar pólvora, que fue traído a Ojinaga cuando ahí se molía el metal traído de las Minas de Shafter y San Carlos. Inclusive se dice que se realizaba donde ahora está el final de la Trasvina y Retes, por lado norte por donde vivía el profesor Canuto Baeza.
El ánima de Leyva
Cuenta la gente hace muchos años, el Ojinaga viejo, muy alejados en un chaparral, había un par de compadres bohemios poco afectos al trabajo y muy aficionados a la bebida que tenían su casita por lo que es la Unidad Deportiva. Con cualquier pretexto se reunían en la casa de algunos de ellos y si no tenían para el sostenimiento de la familia, si encontraban la forma de conseguir dinero para comprar el «topito» de Sotol. Llegaban a pasar el día averiguando tontería y media, fabricando castillos en el aire, comprando miles de cosas cuando se sacaran la lotería y hasta definiendo el pronóstico del tiempo de la temporada. Cuando ya el efecto etílico les nublaba la vista y los hacía trastabillar, se abrazaban y como buenos compadres, lloraban y se lamentaban de su mala suerte. Entre hipos y salivazos a la cara, se contaban sus penas y con la manga derecha de la camisa las lágrimas de cocodrilo les limpiaba el alma y se las dejaba nuevecita para la siguiente parranda.
Leyva se hizo amante de la compadre. Hizo que el compadre en cada parranda se embriagara hasta que se durmiera, así Leyva podría ir con la comadre. Pero un día el compadre no se durmió. Los sorprendió haciendo el amor. Lleno de furia, corrió afuera y tomó unos palos enormes para matar a su compadre. Cuando esto pasó, quemó el cadáver y sólo quedo un dedo intacto. Cuando llegó la policía vieron el dedo apuntando al asesino y la comadre, toda maltratada por su esposo, confesó que había ocurrido. Encarcelaron al compadre.